Por Mariano Molina
En el mes de mayo de este año se ha conmemorado el 200 aniversario del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven en Viena. La Novena, como la conocemos todos, es probablemente una de las obras musicales más universales y populares, a pesar de su complejidad. Su cuarto movimiento, el Himno a la Alegría, fue una de las primeras partituras que incluyó elementos vocales en una sinfonía. Su texto, un claro manifiesto por la fraternidad universal.
Todos conocemos y hemos cantando el Himno a la Alegría. Muchos la han tocado con la flauta o con la guitarra en el colegio. Y la Novena sigue siendo un templo musical que todos reconocemos y que incluso ha sido designada como el Himno de Europa por la Unión Europea. La Sinfonía, que algunos han denominado como “el abrazo que no cesa”, fue estrenada en Viena. En el atril, un Beethoven, sordo ya, que gesticulaba intentando dirigir la orquesta. A su lado, Michael Umlauf que dirigía realmente y había dado instrucciones a los músicos de que ignoraran al compositor. Cuando acabó la interpretación, Beethoven seguía dirigiendo con varios compases de retraso. La contralto Caroline Unger se acercó y giró suavemente al maestro para que viera los vítores, aplausos y entusiasmo desaforado del público. Anécdotas aparte, la Novena aparece como un torrente de creatividad musical: por la belleza de sus temas principales, por el lirismo y dramatismo de sus movimientos y por la intensidad en el empleo de todos los instrumentos y recursos orquestales y vocales. Si Beethoven quería conseguir el paso del estilo clásico al estilo romántico acentuando la libertad y el sentimiento y acabando con el rigor de las formas cortesanas, lo consiguió de pleno. Pero la Sinfonía es también un canto a la fraternidad, a la hermandad entre todos los seres humanos. Alegría… tus encantos atan los lazos/ que la rígida moda rompiera;/y todos los hombres serán hermanos/ bajo tus alas bienhechoras.
La Novena Sinfonía tiene otro componente importante a destacar. El vigor de sus movimientos y el ímpetu en la exposición de los temas parece eufóricamente obsesivo, como probablemente fue el ánimo del compositor durante toda su creación entre 1822 y 1824. Un ejemplo es el intento obstinado, y finalmente exitoso, de introducir la “Oda a la Alegría”, el poema de 1785 de Friedrich Schiller, en la composición, en el cuarto Movimiento. Uno de los más grandes directores de orquesta de todos los tiempos, Wilhem Furtwängler, vivió obsesionado por cómo interpretar la obra. Finalmente, poco antes de morir en 1954, y tras una interpretación heroica en Suiza, declaró aliviado “pero era así, más despacio”. ¡Bendita obsesión!
200 años después de su estreno, escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven sigue siendo un acto de plenitud espiritual y de sentimiento fraterno y solidario. Por algo forma parte Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco.
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