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Lecciones de vida con Esf

Por Isabel Ortega

En 2014 llegué a Energía sin fronteras, como otros muchos, tras una prejubilación, instigada por muchas caras conocidas del sector energético, donde yo había desarrollado mi carrera profesional. José María Arraiza se convirtió en mi tutor y padre espiritual y bajo su cobijo me incorporé en el proyecto de Las Conchas en Guatemala y conocí las iniciativas de ATDLER en Nicaragua.
El viaje que realicé con Javier Alaminos a aquellos dos países fue una experiencia que marcó un antes y un después: me abrió un proceso de reflexión acerca de cómo debería afrontarse la cooperación para lograr proyectos efectivos. Entendí que se trata de introducirse en la piel de la población beneficiaria, con sus inquietudes y barreras, más que imponer los criterios que desde aquí a priori consideramos que son buenos para ella.
En el fondo ha sido un aprendizaje para la vida. Es aplicable para con nuestros seres queridos y en general para con todas las personas con las que interactuamos: un ejercicio de humildad que no se nos debería olvidar nunca.
Ahora sigo colaborando con Energía sin fronteras desde una posición más en la sombra que no obstante me satisface mucho. Y me divierto. Sigo aprendiendo de mis compañeros, Enrique Alcor, Javier Alaminos, Emilio Carnicero, Carlos Muñoz, José Ignacio Carbajo, Rafa Cortés, Daniel Adrados y tantos otros. Además, confío en que en alguna ocasión tengo una aportación útil.
Los proyectos que se concluyen son un orgullo para todos. Y la comunidad que conforma Energía sin fronteras, profesionales de prestigio procedentes de distintos ámbitos, es una paleta de colores donde cada uno con su singularidad contribuye a crear un ambiente rico en controversias, fomentando el desarrollo de proyectos robustos y eficaces. Energía sin fronteras por sí sola no resolverá el problema global de la falta de energía y agua a los millones de personas que no tienen acceso a estos servicios, pero si ayuda a que paulatinamente esa cuota se vaya reduciendo.