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Mi vida en Esf: cambiar trabajo por sonrisas

                                                                Por Ramón Calvo

Así empezó mi vida en Esf:

Un buen día me abordaron Paz García Gordillo y José María Arraiza, viejos compañeros del área energética, que sabían que me acababa de prejubilar y que no hacía falta mucho para convencerme de participar en la aventura que estaban fraguando. Me contaron el proyecto y me pareció algo con lo que yo había soñado, que era devolver a la sociedad parte de lo que ella me había aportado.

Empezamos a montar una organización para llevar la energía, a la que habíamos dedicado nuestra vida laboral, a aquéllos cuya capacidad de desarrollo estaba bajo mínimos por no tenerla. Con nuestra experiencia empresarial montamos un proyecto para ello y, como no había nadie a quien le apeteciera hacerse responsable del voluntariado, me otorgaron el cargo.

Era una empresa muy familiar e ilusionante y todos teníamos poca idea de cómo gestionarla pero estábamos muy unidos y buscamos ayuda para aprender cómo debíamos organizarnos. La suerte de tener un capitán como José María Arraiza era una garantía de éxito.

Atracábamos a cualquiera que nos pudiera ayudar y empezábamos a andar, aunque con muletas. Nos introdujimos en las organizaciones del gremio de la cooperación. Dejamos la oficina prestada y la sede se trasladó a un despacho contiguo al mío. Esa cercanía me hizo vivir más intensamente los avatares de Esf perteneciendo, además, a la Junta Directiva, una vez diseñada su estructura.

Otro aspecto útil fue el de dirigir dos tesis de fin de carrera de dos alumnos de ICAI. Con estos estudios y otro, sobre el mismo tema, dirigido por José María Arraiza, alma y cuerpo de Esf, conseguimos crear un Manual de Funcionamiento del Voluntariado que ha servido de guía en toda esta etapa y sigue prácticamente vigente.

Cada área dio vigor a su responsabilidad y conseguimos una ONG respetada y referente, en algunos casos, en el mundo de la cooperación. A partir de ese punto, y aprovechando el desarrollo económico, tuvimos una época brillante, por cantidad y calidad de los trabajos. Coincidió con la época de las prejubilaciones lo que sirvió para incorporar a muchos amigos y nuevos elementos de gran talla en el sector. Esf empezó a sonar en el mundo de la cooperación. La ilusión de los voluntarios, su entrega y la alegría de ver magníficos resultados fue un estímulo gratificante.

Posteriormente, los organismos públicos empezaron a reducir las contribuciones a la cooperación y desviar algunas cantidades a otros objetivos políticos. Sin embargo, como había trabajo, ya se había consolidado una estructura de cierta entidad. Podíamos hacer más proyectos pero, al no tener fondos, la actividad se redujo y obligó a readaptarse a la nueva realidad. Hubo que intensificar la búsqueda de recursos, privados, públicos o internacionales, buscar nuevos aliados y enfoques pero se consiguió el ajuste otra vez.

A partir de ese momento ya no os lo cuento porque lo habéis vivido muchos de vosotros.

La satisfacción que produce haber ayudado a dar un paso a gente que no lo habría hecho, si no estuviéramos nosotros, vale la pena. Conseguir sonrisas con nuestra labor, y haber contribuido a conseguirlas (como vimos en una presentación del día del voluntario), es un pago de primera calidad. El irse a casa después de haber conseguido una nueva sonrisa ayuda a dormir más tranquilo.

¡Ojalá sigamos, por muchos años, cambiando trabajo por sonrisas el día que tienen luz en su casa o no necesitan andar muchos kilómetros para buscar agua!

¡Ánimo y a por más!