Por Mariano Molina
Se suele definir la transición energética como el camino para la transformación del sector energético actual desde uno basado en los combustibles fósiles hasta otro basado en energías renovables y limpias, cuyo objetivo final es que sea sostenible. Esta senda ha sido iniciada ya por algunos países o regiones, entre las que destaca la Unión Europea que se ha fijado el objetivo de lograr que en 2030, el 40 % de su mix energético provenga de fuentes renovables. La transición energética mundial es la principal herramienta de una estrategia más amplia adoptada por los gobiernos para contener el calentamiento global a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales en 2050.
Planteada en estos términos, la transición energética tiene más ventajas que la puramente medioambiental o climática. A la reducción del efecto invernadero, preservación de la biodiversidad, eliminación de contaminantes y mejora de la salud y bienestar de las personas, hay que añadir la menor dependencia de las importaciones energéticas, la mayor diversificación del suministro energético y la mayor asequibilidad y accesibilidad que proporcionan las fuentes de energía renovables, que son ya las fuentes de energía más baratas en la mayor parte del mundo.
Pero la puesta en marcha de políticas y estrategias para la transición no puede hacernos olvidar que casi 700 millones de personas no tienen acceso a la electricidad y más de 2.000 millones cocinan con combustibles sucios. Una desigualdad que es central a cualquier esfuerzo de mejora y cambio de los sistemas energéticos y que debe tener la máxima prioridad. En segundo lugar, el cambio a tecnologías renovables y más eficientes va a requerir unas necesidades de financiación significativas. Aunque, a largo plazo, las renovables son más baratas que las energías fósiles, el reparto de los costes de inversión entre los consumidores debe ser justo y asequible para todos ellos. Por la parte de la oferta energética hay que reconocer que la transición impactará en grandes segmentos de mano de obra que trabajan con las tecnologías actuales, que requerirán de apoyo para su recolocación o readaptación en el mundo laboral.
En palabras del Banco Europea para la Reconstrucción y el Desarrollo “una transición justa busca garantizar que los beneficios sustanciales de una transición hacia una economía verde se compartan ampliamente, apoyando al mismo tiempo a quienes podrían perder económicamente, ya sean países, regiones, industrias, comunidades, trabajadores o consumidores”. Como dijo recientemente la Secretaria de Estado de Energía del MITECO, “la transición energética será justa o no será”.
Pero desde Esf debemos insistir en una idea central a nuestro ideario: difícilmente puede “transicionar” quien ni siquiera dispone de electricidad o cocinado y calefacción limpia.
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