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Un día con la gente de la Fundación Mil Caminos: una experiencia de vida

Por Fernando Urquiza

El pasado 15 de junio un grupo de voluntarios de Energía sin fronteras, entre los que tuve la suerte de encontrarme, acudimos invitados a Salamanca por la Fundación Mil Caminos. El motivo era la inauguración de una pequeña instalación fotovoltaica que habíamos montado en la Cooperativa Puente San. El día coincidía con los actos organizados por Mil Caminos con motivo de la graduación de una nueva promoción de alumnos del Centro de FP Lorenzo Milani y la Casa Escuela Santiago 1.
La Fundación Mil Caminos agrupa a una serie de instituciones sociales: Asociación Puente Vida, Cooperativa Puente San, Asociación Horizontes para el Desarrollo y la Obra Social de las Escuelas Pías Betania, además de las ya mencionadas Centro de FP Lorenzo Milani y la Casa Escuela Santiago 1, en las que se promueve y facilita “la integración sociolaboral de personas que viven situaciones de riesgo, marginación y exclusión social a través de la formación, educación, trabajo, cultura, ocio y tiempo libre, y su implicación y solidaridad en la sociedad”. En otras palabras, se trata de dar una oportunidad a aquellos que no han tenido muchas oportunidades, como dicen ellos mismos, a los “últimos”.
A lo largo de una intensa jornada tuvimos la suerte de conocer a jóvenes y a menos jóvenes, algunos llegados en patera a nuestras costas, sin ningún futuro por delante, otros que no han tenido la suerte de nacer en un entorno estructurado, en el que aprender qué se podía y qué no se podía hacer, lo que, en algunos casos, los ha llevado incluso a la cárcel. La suerte para ellos es haber sido acogidos por la gente de Mil Caminos, gente como Jesús, Chuchi, Calixto o Manel y muchos otros que dedican su vida a dar esa última oportunidad a aquellos que no han tenido muchas oportunidades y que lo hacen con un entusiasmo y una alegría que a veces te descoloca porque te cuesta entender que, enfrentados día a día a esa realidad, puedan mostrar ese entusiasmo. Y la suerte para nosotros es haber sido invitados a pasar un día con ellos. Haberles conocido y haber podido ver cómo un grupo de chavales que hace unos años no tenían futuro, ahora han acabado una formación que les permitirá enfrentarse a la vida con las mejores armas. Haber conocido a una joven (perdón, pero no recuerdo su nombre) que ha recibido formación en hostelería y ya ha estado haciendo prácticas en uno de los mejores restaurantes de Salamanca. Haber conocido a gente como Eduardo o Olivier que hace ya unos años llegaron a nuestro país buscando un futuro y ahora dirigen una quesería con mas de 500 ovejas en donde se da formación en oficios tradicionales a jóvenes que, como ellos, han llegado a nuestro país en busca de esa última oportunidad y que, por cierto, se fabrica un queso excelente, o a Alí que se mostró siempre atento a que no nos faltara nada y que nos obsequió con un fabuloso té moruno.
Una vez más doy las gracias por haber podido disfrutar de una maravillosa jornada, que para finalizar contó con un fin de fiesta aún mas sorprendente en el que los propios jóvenes graduados nos mostraron algunas de las habilidades aprendidas a lo largo de su formación, una exposición fotográfica, un espectáculo de circo y un espectáculo de música, danza y fuego que desde la plaza del Mercado Viejo y a lo largo del maravilloso puente romano de Salamanca nos llevó hasta la rivera del Tormes donde se botaron los “barcos de fuego”, barcos artesanales elaborados por educadores y alumnos como parte del programa educativo de la Escuela Santiago Uno.
Una dura e intensa jornada que, sin lugar a dudas, mereció la pena. A fuerza de resultar cursi, jornadas como esa es lo que nos permite pensar que todavía hay esperanza.